martes, 19 de octubre de 2010

Cruzando el Valle

Anoche me sentía algo solo y con ganas de platicar con quien fuera. Frente a la casa donde ahora duermo hay un establecimiento, una casa donde una señora te vende cerveza y comida y te acompaña con su plática o su atención mientras estas ahí.

Decidí compartir mi soledad con ella mientras me tomaba un trago. Y la escuchaba mientras me contaba sus historias de cuando joven y yo reía. Entre tanto un cigarro tras otro aderezaba el ambiente.

Las noches aquí son confortables, frescas, silenciosas y obscuras, ideales para vagar solo con lo más profundo de tus sentimientos, con tus recuerdos, con tu agonía.

Caí dormido.

Cuando el reloj marco las seis de la mañana me hallaba perdido en un profundo sueño, entre imágenes borrosas y sonidos que parecían no estar.

Pero ahí estabas tu, ahí estaban mis sentimientos que no caducan.

Ahí estaba toda mi pasión contenida y algo aquí dentro que dolía, dolía de tanto no besar, de tanto no tocar, de tanto no amar y de tanto odiar.

Dolía porque te quiero de aquí hasta la muerte e incluso hasta la otra vida.

Dolía porque eres la isla en la que quise naufragar, dolía porque no eres mía, porque solo vienes cuando empiezo a soñar.

Por eso sufro y soy feliz a la vez. Porque aquí eres todo y como en cualquier parte eres mi motivo, eres mi esperanza y eres mi castigo. Sufro porque la mañana es fresca y no estas conmigo, porque allá cruzando el valle, allá solo soy tu amigo.

En cambio aquí, aquí eres la mujer por la cual yo vivo, aquí eres mi compañera, mi fruto prohibido, eres el alma de mis charlas, eres mi corazón cautivo y a las seis de la mañana; solo un fantasma en mi delirio.

No hay comentarios: